innovadores destacados

Combatir el hambre para frenar la deserción escolar: una comunidad en Uganda transforma la educación

En Wakiso, Uganda, un grupo de líderes comunitarios encontró una solución para enfrentar la deserción escolar: combatir el hambre en las aulas. Esta iniciativa es una de las tres destacadas del Programa de Innovadores Locales 2024 por su enfoque sistémico que integra a padres, maestros, empresas privadas y organizaciones locales para garantizar que los niños reciban al menos una comida nutritiva al día en la escuela.

En Wakiso, un distrito al norte de Kampala, Uganda, un grupo de líderes comunitarios entendió que el hambre estaba dejando a miles de niños fuera de las aulas. Según la Autoridad Nacional de Planificación (NPA, 2017), el 75 % de las escuelas primarias en áreas rurales no pueden garantizar comidas al mediodía, lo que deja al 66 % de los niños sin acceso a alimentos durante el horario escolar. La falta de comida no solo afecta su salud, sino también su educación: sin energía, no pueden concentrarse y terminan abandonando la escuela.

Frente a esta realidad, el equipo decidió actuar. Bajo el lema “Keep a Child in School: One Meal at a Time” (Mantén a un niño en la escuela: una comida a la vez), pusieron en marcha un programa para combatir una de las principales causas de la deserción escolar: el hambre.

Joyce Ekere, la líder detrás de la iniciativa, recuerda cómo comenzó todo: “La cantidad de niños abandonando las escuelas en Wakiso, particularmente en Namayumba, era preocupante. Investigamos las causas y descubrimos que el hambre era un factor clave. Muchos niños en las escuelas públicas no tenían acceso a una comida diaria, lo que los obligaba a abandonar las clases para buscar comida y, en la mayoría de los casos, no regresaban a completar el turno tarde”.

Con esta información en la mano, sabían que no podían quedarse de brazos cruzados. Había que encontrar una solución sostenible para garantizar que cada niño pudiera recibir al menos una comida diaria en la escuela.

Así nació una iniciativa que, con un enfoque simple pero poderoso, está logrando transformar vidas.

La solución

El proyecto no solo asegura que los estudiantes reciban al menos una comida diaria, sino que también promueve un modelo basado en la colaboración de todos los sectores de la comunidad. Ekere detalla cómo lograron sumar a padres, empresas privadas y líderes locales con el mismo objetivo: “Adoptamos un enfoque sistémico. En reuniones comunitarias y talleres, explicamos cómo las comidas escolares impactan el rendimiento académico, lo que incentivó a los padres a aportar alimentos, tiempo o incluso pequeñas contribuciones económicas. Para las empresas, presentamos el proyecto como una oportunidad de responsabilidad social empresarial con impacto real y tangible”.

El impacto fue inmediato: aulas más llenas, niños más atentos y una comunidad más involucrada. Según Ekere, la tasa de deserción cayó drásticamente y los índices de asistencia mejoraron. Pero el éxito va más allá de las cifras.

Un modelo de democracia participativa

Una de las claves del éxito fue el protagonismo de los padres en la implementación del programa. Desde la planificación hasta la supervisión, los padres asumieron roles activos. Comités escolares, formados por voluntarios, se encargan de la compra de alimentos, la preparación de las comidas y el monitoreo del impacto. A través de capacitaciones en nutrición, gestión de recursos y planificación, las comunidades se han empoderado para encontrar soluciones locales a desafíos complejos.

“Desde la iniciativa, les acercamos capacitaciones en planificación de menús, higiene, presupuestos y manejo de programas para fortalecer su capacidad de liderar. También implementamos un sistema rotativo de supervisión que asegura la calidad de los alimentos y fomenta la transparencia” explica Ekere.

Es decir, la iniciativa no solo beneficia a los estudiantes, sino que también está impulsando la economía local. Las mujeres y pequeños agricultores de la región se han convertido en proveedores clave de los alimentos, creando nuevas oportunidades económicas. “Es un círculo virtuoso: lo que empieza con una comida para un niño termina mejorando la calidad de vida de toda la comunidad“.

Además, las escuelas han establecido huertas donde los estudiantes y padres cultivan alimentos, enseñando habilidades agrícolas y reforzando la seguridad alimentaria.

Con tres escuelas piloto, la iniciativa ya logró no solo alimentar a los niños, sino también fomentar valores de corresponsabilidad y sostenibilidad. 

Retos y aprendizajes

Uno de los mayores desafíos fue asegurar recursos constantes, especialmente en comunidades con limitaciones económicas. Sin embargo, Ekere enfatiza que la clave está en construir relaciones duraderas y generar confianza: Hemos aprendido que la sensibilización y la educación son fundamentales para mantener el compromiso a largo plazo. No se trata solo de resolver un problema inmediato, sino de crear un cambio sostenible“.

Conscientes de que el modelo puede replicarse, planean escalar el programa a otras escuelas y comunidades, apoyándose en historias de éxito para inspirar nuevas alianzas con empresas, líderes locales y gobiernos.

Ekere tiene un mensaje claro para quienes buscan transformar sus comunidades:
“Cuando padres, empresas y líderes trabajan juntos, los desafíos complejos, como la deserción escolar y la malnutrición, pueden abordarse con éxito. Este modelo demuestra que la clave está en la colaboración, en compartir responsabilidades y en construir soluciones desde las necesidades locales”.

Finalmente, Ekere invita a las comunidades que aún no se han sumado al programa a involucrarse: “Este proyecto no se trata sólo de alimentar a los niños, se trata de garantizar un futuro mejor para ellos y fortalecer a nuestras comunidades. Con su ayuda, podemos romper barreras y asegurarnos de que ningún niño deje de soñar por culpa del hambre”.

Los grandes cambios comienzan con acciones pequeñas pero significativas. El compromiso con la educación, la inclusión y la participación democrática no sólo está transformando vidas en Uganda, sino que creemos que puede ser motor de esperanza para comunidades de todo el mundo para soñar con un futuro mejor.

ENG

Fighting Hunger to Curb Dropout Rates: A Ugandan Community Transforms Education

In Wakiso, Uganda, a group of community leaders has found a solution to tackle school dropout rates: fighting hunger in classrooms. This initiative is one of the three highlighted by the 2024 Local Innovators Program for its systemic approach, integrating parents, teachers, private companies, and local organizations to ensure that children receive at least one nutritious meal a day at school.

A Community Takes Action Against Hunger

In Wakiso, a district north of Kampala, Uganda, a group of community leaders realized that hunger was keeping thousands of children out of school. According to the National Planning Authority (NPA, 2017), 75% of primary schools in rural areas cannot provide midday meals, leaving 66% of children without access to food during school hours. The lack of nutrition not only affects their health but also their education: without energy, they struggle to concentrate and eventually drop out.

Faced with this reality, the team decided to act. Under the motto “Keep a Child in School: One Meal at a Time,” they launched a program to combat one of the main causes of school dropout: hunger.

Joyce Ekere, the leader behind the initiative, recalls how it all started:
“The number of children dropping out of school in Wakiso, particularly in Namayumba, was alarming. We investigated the causes and discovered that hunger was a key factor. Many children in public schools had no access to a daily meal, forcing them to leave classes in search of food—most of them never returning for the afternoon session.”

Armed with this knowledge, they knew they couldn’t stand idly by. A sustainable solution was needed to ensure that every child received at least one meal a day at school.

Thus, a simple yet powerful initiative was born—one that is transforming lives.

The Solution: A Collective Effort to Feed Students

The project not only guarantees that students receive at least one meal daily but also promotes a model based on community-wide collaboration. Ekere explains how they managed to involve parents, private companies, and local leaders with a shared goal:

“We adopted a systemic approach. In community meetings and workshops, we explained how school meals impact academic performance, which motivated parents to contribute food, time, or even small financial donations. For businesses, we presented the project as an opportunity for corporate social responsibility with a real and tangible impact.”

The results were immediate: fuller classrooms, more focused children, and a more engaged community. According to Ekere, dropout rates dropped dramatically, and attendance rates improved. But the success goes beyond numbers.

A Model of Participatory Democracy

One of the keys to the program’s success has been the active role of parents in its implementation. From planning to supervision, parents have taken on leadership roles. School committees, composed of volunteers, handle food purchases, meal preparation, and impact monitoring. Through training sessions in nutrition, resource management, and strategic planning, communities have empowered themselves to find local solutions to complex challenges.

“As part of the initiative, we provide training on menu planning, hygiene, budgeting, and program management to strengthen their capacity to lead. We also implemented a rotating supervision system to ensure food quality and promote transparency,” Ekere explains.

Beyond benefiting students, the initiative is also boosting the local economy. Women and small-scale farmers in the region have become key food suppliers, creating new economic opportunities.

“It’s a virtuous cycle: what starts with a meal for a child ends up improving the quality of life for the entire community.

Additionally, schools have established vegetable gardens where students and parents grow food, teaching agricultural skills and reinforcing food security.

With three pilot schools, the initiative has not only succeeded in feeding children but also in fostering values of shared responsibility and sustainability.

Challenges and Lessons Learned

One of the greatest challenges was ensuring a steady flow of resources, especially in economically constrained communities. However, Ekere emphasizes that the key lies in building long-term relationships and trust:

“We’ve learned that awareness and education are fundamental to maintaining long-term commitment. It’s not just about solving an immediate problem but creating sustainable change.”

Recognizing that the model can be replicated, the team plans to scale the program to more schools and communities, leveraging success stories to inspire new partnerships with businesses, local leaders, and governments.

Ekere has a clear message for those looking to transform their communities:

“When parents, businesses, and leaders work together, complex challenges like school dropout and malnutrition can be successfully tackled. This model proves that the key lies in collaboration, shared responsibility, and building solutions based on local needs.”

Finally, she invites communities that have yet to join the program to get involved:

“This project is not just about feeding children; it’s about securing a better future for them and strengthening our communities. With your help, we can break down barriers and ensure that no child is forced to give up their dreams because of hunger.”

Major change starts with small but meaningful actions. The commitment to education, inclusion, and democratic participation is not only transforming lives in Uganda but also serves as a source of hope for communities worldwide striving for a better future

It may interest you

Copyright © 2022 AYNI. An initiative of RIL.

Exit mobile version